Vida de los Santos: Santa Buena.

Buena, a quien los egipcios llaman Cordimunda, fue natural de Egipto, de real estirpe y sangre. Su padre se llamó Zabul, noble sátrapa: su madre se llamó Ziba. Fue hermosísima de cuerpo; pero mucho más de ánimo y virtudes. No era bautizada cuando murieron sus padres: y así quedó niña huérfana en la tutela de sus parientes: pero muy rica de bienes de fortuna; por lo cual un caballero mozo, rico y principal como ella, la pidió en matrimonio para cuando tuviese edad : a quien ella respondió, que ya estaba desposada con Cristo desde su infancia, y le le había dedicado su virginidad; y así que ofreciese sus grandes riquezas a otra, como a ella se las ofrecía, que las estimaría mas, porque ella ni las estimaba, ni hacia caso de las suyas, cuanto y más de las ajenas; y que tuviese entendido que jamás mudaría de ánimo. Con esta respuesta se volvieron como unas fieras los parientes, a cuyo cargo estaba, contra ella, y ya con ruegos y promesas, ya con amenazas crueles, procuraban disuadirla de su santo propósito. La santa niña Buena, temiendo la violencia que podían e intentaban hacerle,  huyó secretamente de casa de sus deudos, y fue a un monasterio de sagradas vírgenes, donde pidió con lágrimas a la madre portera la recibiese: a que respondió la religiosa, que ella no podía recibirla sin orden y licencia de la madre abadesa. Estaba en oración la santa abadesa, y tuvo revelación de lo que pasaba en la portería, y quien era la que quería entrar: y así al instante dio orden de que le abriesen la puerta y dejasen entrar.
Tan gozosa estaba Buena, como si hubiera entrado en la gloria: pidió el santo hábito con humildad, el cual le dio al punto gustosa la abadesa. La buscaron sus deudos con gran cuidado y solicitud; y al fin la hallaron: que el oro tiene calidades de sol, que todo lo descubre, y de rey, que todo lo sujeta. Al punto que supieron donde estaba, fueron al monasterio, y dijeron a la madre abadesa, que aquella niña era gentil: con cuya noticia daban por conseguido su intento, que era llevársela; porque juzgaban la despedirían al instante las monjas. Buena confesó buenamente ser verdad lo que decían; pero pidió al instante el santo bautismo, el cual le dio un santo sacerdote, que gobernaba y tenia cuidado de la iglesia del monasterio: con que se fueron burlados los deudos de la santa virgen, y ella se quedó en su cielo, recibiendo bautismo y velo a un tiempo, y consagrando de nuevo con solemne y perpetuo voto a Dios su virginidad y pureza, siendo de edad de doce años. Comenzó a hacer una vida tan santa, penitente y ejemplar, que era envidia a todas las santas religiosas y gloria a su divino esposo y amante Jesús.
Tenía especial amistad y cariño, entre las demás, a una santísima religiosa, cuyas virtudes en todo seguía. Esta tuvo una grande enfermedad: y siendo visitada de todas las religiosas del monasterio, solo Buena, su querida y grande amiga, no la vino a ver; porque estaba en oración en la iglesia, donde le reveló Dios como se quería llevar para si a su grande amiga para darle el premio de sus virtudes: con la divina revelación, Buena, perseverando en su oración, le pidió a su dulce Esposo, que pues se hallaba a su grande amiga y compañera, fuese servido de llevársela también a ella, para que las que habían sido compañeras en el monasterio, lo fuesen también en el cielo. Al punto que acabó su humilde petición, bajó una voz del cielo que le dijo, como había sido oída su petición, y se le había concedido. Entonces, dando infinitas gracias a Dios por favor tan singular, se levantó gozosa y alegre y se fue a visitar a su amiga, a quien contó cuanto le había pasado: con cuya alegre nueva la amiga dio su alma a Dios. De allí a tres días, la tercera noche después del glorioso tránsito de esta santa religiosa, estando la abadesa en oración, o sueño dulce, vio un joven hermoso y resplandeciente, que le quitaba el velo de la cabeza, y le escondía y guardaba en una caja: y preguntándole, qué quería significar aquello; respondió, que aquel día quedaría sin Buena: porque se la quitaría su Esposo y se la llevaría a su gloria. La mañana siguiente, juntas todas las monjas, y entre ellas Buena, buena y sana, refirió la abadesa el sueño que había tenido aquella noche: y al instante se oyó la voz de un ángel que la llamaba a la patria celeste: la cual, obedeciendo a la dulce y deseada voz puesta en medio de todas las religiosas, sus hermanas, levantó los ojos al cielo, dando gracias a su divino Esposo por tan singular beneficio, gozosa y regocijada, cantando salmos a que todas la ayudaban, sin dejar de llorar y derramar copiosas lágrimas, por la ausencia de su querida hermana, aunque mezcladas con el gozo de considerar cuánto mejoraba de vida; despidió su purísimo espíritu, que entregó a su Creador, a los doce de setiembre. Su cuerpo quedó tan hermoso, que causaba admiración mirarle: y luego lo rodeó una luz del cielo tan clara y resplandeciente, que era una gloria todo el monasterio; y tanto más, cuanto al resplandor de la luz se llegaba la fragancia suavísima de un olor celestial que despedía el mismo cuerpo, durando la luz y olor admirable todo el tiempo que tardaron a darle la debida sepultura. Se la recuerda el 12 de setiembre

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