Juana de Arco

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El 6 de marzo de 1429, un reducido grupo de caballeros efectuaba su entrada en Chinon. Entre ellos destacaba una jovencita llamada Juana de Arco que iba a solicitar audiencia a Carlos. Cuando, después de esperar tres días, se la concedieron, reveló al soberano que venía enviada por Dios, para libertar Orleáns, hacer coronar al delfín y expulsar a los ingleses de Francia; para ello solicitaba un ejército, con el que volaría en socorro de Orleáns. Carlos dudaba. No sabía qué pensar de esta repentina aparición. Llevado de inspiración súbita introdujo a la joven en un aposento contiguo a la sala de audiencia y mantuvo con ella una prolongada entrevista personal.
Al volver a la sala, los cortesanos advirtieron que sus facciones aparecían iluminadas, como no se las veían desde hacia
mucho tiempo. Concedió a la joven todo cuanto deseaba. El resultado fue que desde los primeros días de mayo los ingleses se vieron obligados a levantar el sitio de Orleáns.
Desde los tiempos de Carlos V y Beltrán Duguesclin, era ésta la primera gran victoria que lograban las armas francesas. El hecho significaba un profundo cambio. La joven que aparecía de modo tan sorprendente en la escena histórica, había nacido en 1412 en la aldea de Domrémy, en los confines de Champaña y Lorena. Su padre era un campesino holgado y que gozaba de muy buena reputación. Domrémy se hallaba al borde del camino principal, por donde desfilaban grupos de peregrinos, mercaderes y soldados mercenarios. A menudo estos transeúntes contaban a los aldeanos los acontecimientos que ocurrían en el mundo, la angustiosa situación en que se hallaba entonces el rey de Francia y los desmanes a que se entregaban los ingleses en tierra francesa. Desde tiempo inmemorial, Domrémy se hallaba bajo la autoridad directa de la corona. Sus habitantes habían permanecido decididamente fieles al delfín, único heredero legítimo del reino.
Juana había crecido en esos agitados tiempos, prestando oído atento a las lamentaciones de las personas mayores sobre la triste suerte por la que atravesaba el país. Nunca aprendió a leer ni a escribir; su madre, mujer muy piadosa, la instruyó en la fe cristiana, le enseñó a rezar y le hablaba a menudo de la vida de los santos. Juana veía en torno suyo un clima de abatimiento —el dolor que la triste suerte del rey y de la patria provocaba en la gente— y escuchaba incesantes expresiones de odio contra los invasores. El amor a la patria se aunaba en ella a una profunda piedad, a una admiración ilimitada hacia la Virgen Inmaculada y a su inquebrantable fe en el origen divino de la monarquía francesa. Tales ideas y sentimientos originaron su vocación histórica.
Juana fue siempre una muchacha seria, a quien pocas veces se veía jugar con las de su edad. Un día en que se hallaba a solas en el jardín de su padre, escuchó de improviso una voz que dijo: "¡Dios es quien me envía y yo te ayudaré a que sigas piadosa. Permanece buena, Juana, y Dios te ayudará!" La niña se asustó mucho al principio, pues no sabía de dónde procedía aquella voz. Se tranquilizó diciéndose que quizás fuese el arcángel San Miguel quien le hablara de tal forma. Más tarde oyó también las voces de santa Catalina de Siena y santa Margarita. En el transcurso de los cinco años siguientes oyó con frecuencia voces que le decían:
"Deja tu aldea y acude a salvar a Francia".

Cuando en cierta ocasión respondió argumentando su poquedad y que sólo era una pobre niña incapaz incluso de montar a caballo y mucho más de manejar las armas, el ángel respondió: "Es preciso que lleves al delfín a Reims para que sea ungido y coronado".
Juana comprendió al fin que había sido elegida para cumplir una grandiosa misión; sabía también que era preciso obedecer las órdenes recibidas. Pero la misión no era fácil de realizar.

El camino hasta Chinon era largo y estaba sembrado de emboscadas a causa de la guerra. Necesitaba un caballo y una escolta armada, pues le sería naturalmente imposible hacer sola este
viaje. Se fue al cercano castillo real de Vaucouleurs, y pidió una entrevista con su capitán, Roberto de Baudricourt. Era éste un soldado cortado según patrón de aquellos tiempos: un hombre rudo que se había pasado varias veces de un bando a otro y que contaba "tantos amigos entre sus enemigos cómo enemigos entre sus amigos". Lleno de desconfianza, interrogó a la joven y la mandó a apacentar sus rebaños. Después, al circular rumores en Domrémy que los ingleses habían puesto sitio a Orleáns, Juana se fue en el acto a hablar de nuevo con Baudricourt. Esta vez la escuchó el rudo guerrero con mayor interés. Le entregó un mensaje para el rey, la vistió con ropas masculinas y le proporcionó un caballo. Así equipada, Juana emprendió su marcha hacia la gloria.
En siglos posteriores, la figura de Juana de Arco ha sido objeto de una abundante literatura; obras históricas, poemas, y dramas. Ha sido ensalzada y ridiculizada. Se la ha considerado una santa enviada por Dios, o bien se han juzgado sus visiones, vocación y
empresas como productos de la imaginación. Pero, cualquiera sea la explicación que se intente dar al enigma de su vida, no pueden negarse sus sorprendentes efectos.

Juana en acción

Recordemos cómo se había originado el conflicto en que se hallaban mezclados tres partidos y cómo se agudizó aún más tan angustiosa situación con el sitio de Orleáns. Los contendientes en el juego político del que dependía el porvenir de medio continente, eran estadistas de la talla de un Felipe de Borgoña, un Bedford y un La Tremoille, quienes disponían de todo el poder y la máxima experiencia. Pero sus fríos cálculos fueron desbaratados por aquella pequeña aldeana inculta, una doncella de diecisiete años, procedente de una aldea lejana, que jamás habían oído mencionar. 

Por su extraordinaria seguridad en sí misma, llenó de admiración a sus contemporáneos y al mismo tiempo, atrajo su simpatía por su generosidad, su confianza ingenua, su maravilloso sentido práctico y su indudable desinterés. Los ingleses huyeron, cesaron las intrigas durante un breve período decisivo y el panorama de la política mundial quedó dominado enteramente por esa doncella, por la clara poderosa voz de aquella niña que exclamaba:
"¡Dios, rey del cielo, lo quiere!". Y añadía: "¡Yo soy su hija!"
El autor inglés Bernard Shaw, que escribió sobre Juana de Arco una obra famosa, hubo de expresar en pocas líneas la profunda admiración que, pese a su esquivez, sentía por la heroína francesa: "Es la santa más extraordinaria de toda la iglesia cristiana y la figura más admirable de toda la Edad Media. Fue uno de los primeros apóstoles del nacionalismo y la primera en la historia de Francia en aportar al arte militar algo de realismo napoleónico, tan opuesto al espíritu de carácter deportivo de la caballería, que era la tónica en los conflicto, armados de la época. A los dieciocho años apenas, mostró pretensiones más exorbitantes que las de los más arrogantes Papas o emperadores: se creía enviada de Dios… Tomó al propio rey bajo su protección y obligó al rey de Inglaterra a obedecer sus órdenes. Daba lecciones a los estadistas y a los más conspicuos prelados. Desdeñaba los planes de campaña de los generales para ejecutar los suyos, que conducían a la victoria". Ella logró infundir al delfín confianza en si mismo, liberó Orleáns e hizo consagrar a Carlos en la catedral de Reims.

De Orleáns a Reims
Carlos VII dio a Juana el mando de un cuerpo de tropas, con el que se unió primeramente al ejército francés que se hallaba en Tours, para marchar en seguida sobre Orleáns. La ciudad no estaba del todo aislada del mundo exterior, y por ello Juana pudo penetrar en ella. Hizo su entrada el 29 de abril de 1429. Enardecidos de entusiasmo los sitiados, ya a sus órdenes, hicieron salidas coronadas por el éxito; una semana después los ingleses levantaban el sitio. 

Hasta entonces los arqueros ingleses eran tenidos por
invencibles, pero pronto hubo otro convencimiento: que los escuadrones franceses, galvanizados por la palabra y el ejemplo de una joven de diecisiete años, eran capaces de vencerlos. "¡Marchad de frente contra ellos, mis hombres! —exclamaba— ¡No
pueden resistiros!"
La noticia de la liberación de Orleáns causó sensación y urda oleada de entusiasmo nacional se extendió por todo el país. Desde los tiempos de Carlos V y Beltrán Duguesclin, era ésta la primera victoria que lograban las armas francesas. El hecho significaba un rotundo cambio. Pero Juana no se sentía satisfecha. Todavía no había logrado sus fines. Retornó al lado del delfín y lo exhortó a seguirla a Reims para hacerse coronar. Una vez más, se dejó persuadir por ella. En julio hizo su entrada en la ciudad de San Remigio. Hasta entonces, los habitantes de Reims habían sido partidarios del duque de Borgoña, pero hicieron cuanto pudieron para recibir dignamente al soberano. Antes de regresar a Orleáns al frente de sus tropas, remitió al rey de Inglaterra un mensaje con esta advertencia: "¡Devolved las llaves de todas las ciudades que habéis conquistado en Francia a la doncella enviada por Dios, el Señor de los Cielos! Yo mando el ejército y perseguiré a vuestros hombres allí donde los encuentre".
La coronación de Reims tuvo por resultado que extensas regiones del norte de Francia se pasaran al bando del único rey legítimo. Juana de Arco dirigió luego sus proyectos hacia París, que era su objetivo inmediato. Pero la doncella jamás vería esta ciudad. Había sonado para ella la hora del martirio.

Prisión de Juana de Arco
Varios cortesanos de Carlos VII vieron sus planes contrariados por la intervención de Juana. Sentíanse inquietos por su intromisión política. La simpatía que le profesaba el rey decreció igualmente. Gracias a ella disponía ya de una base suficiente para proseguir nuevas empresas, pero deseaba ocuparse en persona de sus asuntos y no dejarse guiar indefinidamente por aquella joven, a la que ya no necesitaba.
Se enviaron tropas contra París, pero la ciudad resistió y el asedio se llevó a cabo con negligencia. Un día, la doncella fue herida en el curso de una refriega. El rey dio de improviso la orden de retirada. Juana le suplicó que prosiguiera el asedio, poniendo en
su ruego toda la voluntad y autoridad que le inspiraba la fe en su misión divina, pero fue en vano. No le quedó otro remedio que seguir al rey.
La doncella era estimada y honrada por todos. Recibía numerosos regalos: telas preciosas y hermosas armaduras, que aceptaba con agrado, pues era lo bastante femenina como para apreciarlas en su justo valor. En cambio, le resultaba muy penoso que la orden regia de reanudar la lucha contra los enemigos de Dios y del reino se fuera retrasando. Al fin no pudo contenerse más. En la primavera de 1430 partió con una pequeña tropa armada hacia el norte de Francia, donde se habían reanudado las hostilidades. El enemigo estaba a punto de tomar Compiègne al asalto. Juana penetró con sus hombres en la ciudad, considerada como punto estratégico de capital importancia, siendo recibida con alborozo. Pero el 24 de mayo, en una salida, fue vencida por los borgoñones, que se apoderaron de ella. El partido borgoñón la vendió a los ingleses por una importante suma de dinero y éstos la condujeron a Ruán. La vida breve y dramática de Juana entraba en su último episodio.
El cautiverio en Ruán no constituyó una sorpresa para la doncella: sus "voces" ya se lo habían advertido. No cernía cuanto pudiera ocurrirle, pues las voces también le habían dicho que muy pronto se vería libre. Además, confiaba ciegamente en que el rey acudiría en su socorro. Pero pasaban los días sin que interviniera en favor suyo ningún poder, divino ni humano. Carlos VII la dejaba en manos del partido adverso con el que simpatizaba también la universidad de París, que aprovechó la oportunidad para preparar cuidadosamente una acusación en regla contra la doncella de Orleáns.

Los doctores de la universidad de París sentían un odio particular hacia Juana, horque había alentado una guerra perjudicial para sus intereses. Por otra parte, la acción de una simple muchacha amenazaba poner fin a la contienda, cosa que ellos no deseaban en modo alguno. Los clérigos de París advirtieron a los ingleses que cometerían un error dando muerte a su enemiga política; que era preferible hacerla comparecer ante un tribunal eclesiástico, acusada de brujería, pues así quedaría demostrado que el delfín se había hecho coronar por una mujer que tenía pacto con el diablo. Los ingleses juzgaron aquel consejo muy oportuno.

Proceso y muerte de una santa
En febrero de 1431 se inició el proceso de Juana de Arco. El tribunal estaba presidido por Cauchon, el astuto y despiadado obispo de Beauvais. La doncella conservaba su habitual serenidad y se defendía con imperturbable seguridad en sí misma. Y también defendió a aquel a quien consiguiera coronar en Reims, y que ahora
la abandonaba.
Le hicieron toda clase de preguntas, a cual más insidiosa. Acerca de su infancia y de su fe, y de las razones que la habían hecho adoptar el traje masculino. Las más peligrosas para Juana fueron las que le formularon respecto a sus "voces", a los ángeles y santos que se le
habían aparecido. La interrogaron sobre sus opiniones políticas. Se han conservado en latín las curiosas actas de estos debates. He aquí algunas de sus respuestas:
-Yo sé -decía Juana- que mi rey reconquistará su reino.
-Olvidas que los borgoñones son aliados del rey de Inglaterra.
-Si los borgoñones no hacen lo que deben (firmar la paz con Carlos VII) serán vencidos igual que los ingleses.
-¿Odiabas, de niña, a los que pertenecen al partido que combate a vuestro rey?
-Odiaba a los ingleses y a sus aliados los borgoñones.
-¿Tus "voces" te han ordenado odiar a los borgoñones?
-Cuanto más me daba cuenta del mal que hacían a mi país, más los odiaba.
-¿Odia Dios a los ingleses?
-Que Dios ame ti odie a los ingleses, no lo sé. Lo único que sé es que serán expulsados de Francia los que no mueran aquí.
-¿Qué recompensa esperas por todo lo que has hecho en favor de tu rey?
-No he esperado nunca de mis "voces" otra recompensa que la salvación de mi alma.
Los interrogatorios se prolongaron durante dos meses, que para Juana constituyeron una verdadera tortura moral. Pero ella no cedió. Sus jueces no pudieron atrancarle la confesión que era una pecadora enviada, no por Dios, sino por el diablo. Opuso tenaz resistencia a sus astucias "piadosas".
Por último, en un cementerio se levantaron dos tribunas, en las que se sentaron los jueces y gran húmero de prelados. El verdugo se hallaba junto a su carreta, preparado para llevar a Juana a la hoguera. Le preguntaron tres veces si renunciaba al trato con Satanás y por tres veces rehusó reconocer que había hecho pacto con el diablo. Cuando Cauchon empezó a leer la sentencia de muerte, Juana se sintió presa de una terrible agitación pues ello significaba que pocos momentos después los soldados ingleses se
apoderarían de ella para conducirla a la hoguera. Por primera vez durante los tres meses transcurridos, perdió su entereza de ánimo. Interrumpió la lectura del juicio y exclamó con dulzura, que estaba dispuesta a abjurar de todo cuanto quisieran. 

La pena de muerte fue conmutada por la de cadena perpetua. Juana había vacilado ante la terrible prueba, pero inmediatamente recuperó su fortaleza de ánimo. Dos días después se retractó, decidiendo con ello su suerte. Aquella joven de 19 años fue condenada a perecer en la hoguera como hereje y apóstata relapsa (reincidente). Con la vista puesta en el crucifijo que le mostraba un sacerdote, subió los peldaños de la pira colocada en la plaza mayor de Ruán, el 30 de mayo de 1431. "Os perdono a todos", dijo. Rodeada ya por las llamas, gritó que Dios mismo le había hablado por aquellas "voces que nunca la engañaron". Las cenizas que quedaron fueron arrojadas al Sena.
Tal fue la recompensa de la doncella de Domrémy que, por orden de Dios, partió a la guerra para librar al reino de Francia del abatimiento y de la miseria que sobre él cayeran.
( Fuente: Historia Universal - Carl Grimberg )

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